¿Hay
algo más radiante y abierto,
más intensamente hermoso, y al mismo tiempo, más enigmático que
este largo paseo por la orilla, en Las Américas hoy, ante el agua
brillante y la roca en cuyo negro fondo duerme el dios?
Pasear
por la orilla, cegado, los pies sobre la arena mojada por las largas
lenguas de agua de esta mañana extendida ella misma como un mar, ¿no
toma aquí el nombre de la acción, una acción que no es, en el
fondo, distinta a la contemplación? ¿No basta el sordo ruido de las
olas que estallan una vez y otra, eternamente, monótonamente, el
arenal pisado en el centro de la mañana, en el centro del día, el
barco que cruza de repente repleto de turistas, el horizonte sin fin,
sin respuesta, los ojos que escrutan, silenciosos y turbados, la fija
roca exacta, el roquedal impasible y brillante?
He
aquí el lugar. La acción y la contemplación se diluyen ahora en la
humana mirada. Toda moral es aquí una moral del estar que es el haz
y el envés de una física y una metafísica del deseo, de la
presencia. Todo fluye hacia el aire (Brise
marine,
Mallarmé) y en él se disuelve. Pero se trata, en verdad, de lo
contrario de una dilución: corporeidad, una fiscalidad y una
gravitación, como quise decirlo en el poema: boca
abajo, a la tierra.
Enigma
de la presencia, de la materialidad soplada por la brisa (el azar).
Dentro del aire, la errancia corporal ante las olas que estallan más
allá de la acción y de la contemplación.
(Mayo,
1986)
Andrés
Sánchez Robayna, La
inminencia,
Diarios (1980-1995), páginas 103-2014, FCE, 1996.
(Dossier Leyendo el Turismo, 2016-2017)