Susan Sontag, En la caverna platónica. Sobre la fotografía. 1973 |
Si las fotografías permiten la
posesión imaginaria de un pasado irreal, también ayudan a tomar posesión de un
espacio donde la gente se siente insegura. Así, la fotografía se desarrolla en
tandem con una de las actividades modernas más características: el turismo. Por
primera vez en la historia, grupos numerosos abandonan sus medios habituales
por períodos breves. Parece francamente antinatural viajar por placer sin
llevar una cámara. Las fotografías son la evidencia irrecusable de que se hizo
la excursión, se cumplió el programa, se gozó del viaje. Las fotografías
documentan secuencias de actividades realizadas en ausencia de la familia, los
amigos, los vecinos. Pero la dependencia de la cámara en cuanto aparato que
otorga realidad a las experiencias no disminuye cuando la gente viaja más. El
acto de fotografiar satisface las mismas necesidades para los cosmopolias que
acumulan trofeos fotográficos de su excursión en barco por el Nilo o sus
catorce dáis en China que para los turistas de clase media que sacan
instantáneas de la Torre
Eiffel o las Cataratas del Niágara.
Las fotografías, un modo de
certificar la experiencia, también son un modo de rechazarla: al limitar la
experiencia a una busca de lo fotogénico, al convertir la experiencia en una
imagen, un souvenir. El viaje se transforma en una estrategia para
acumular fotografías. La actividad misma de fotografiar es tranquilizadora, y
atempera esa desazón general que se suele agudizar con los viajes. La mayoría
de los turistas se sienten constreñidos a poner la cámara entre ellos y
cualquier cosa loable que encuentren. Al no saber cómo reaccionar, fotografían.
Así la exoperiencia cobra forma: alto, una fotografía, adelante. El método
seduce especialmente a gentes sometidas a una ética laboral implacable:
alemanes, japoneses y norteamericanos. La utilización de una cámara aplaca la
ansiedad que sufren los obsesionados por el trabajo por no trabajar cuando
están en vacaciones y presuntamente divirtiéndose. Cuentan con una tarea que
parece una amigable imitación del trabajo: tomar fotografías. Los pueblos
despojados de su pasado parecen los entusiastas más fervientes de la
fotografía, en su país y en el exterior. Casi todos los integrantes de una
sociedad industrializada son obligados paulatinamente a renunciar al pasado,
pero en ciertos países, como los Estados Unidos y Japón, la ruptura con el
pasado ha sido especialmente traumática. A principios de los años 70, la fábula
del impetuoso turista norteamericano de las décadas del 50 y del 60, rico en
dólares y vulgaridad, fue reemplazada por el enigma del gregario turista
japonés, nuevamente liberados de su isla-prisión por el milagro de la
sobrevaloración del yen y generalmente armado con dos cámaras, una en cada
cadera”.
Susan Sontag, En la caverna
platónica. Sobre la fotografía. 1973
(Extraido de la edición de Edhasa,
1996, página 19 y 20).