El cadáver de la
sirena
(Ediciones Idea, 2012) de la poeta canaria Acerina Cruz, se inscribe en un
proyecto literario sobre el turismo que comparte con otros dos jóvenes autores,
Samir Delgado y David Guijosa. Nos gustaría señalar aquí en qué sentido la
mirada de Acerina Cruz se aproxima al universo turístico con mayor profundidad
que cualquier estudio sociológico o económico. Sus poemas captan en el turismo un
fenómeno cultural —y también cultual— ambiguo, provisto de un doble carácter.
Daniel Barreto
Por un lado, el espacio turístico se
construye con imágenes de felicidad. Los servicios, prestaciones y comodidades conforman
una base de valor de uso que perdería su fuerza de atracción sin el aura del
sueño. El imaginario turístico remite a motivos de la historia de la cultura,
pero recodificados por la forma mercancía. De ahí que permita un acceso al inconsciente
colectivo. No es casual que en la poesía de Cruz estén presentes el cine de
entretenimiento y los telefilmes, como sucede en los poemas Extraños en un hotel o El turista accidental. El elemento del
cine es precisamente el sueño. En la seducción de la publicidad turística también
podemos descifrar el jeroglífico de nuestra sociedad. Por eso, y sólo en ese
sentido, hay un momento de verdad en el deseo generado por el paraíso
artificial.
Por otro lado, esas imágenes oníricas no
están al servicio de los individuos, sino de la venta de mercancías. La idea es
no despertar jamás. El sueño de felicidad se convierte en el sucedáneo del
consumo sin tregua. Como se sabe, sólo el consumo parece aliviar fugazmente la
depresión —a la vez psíquica y económica— en las sociedades opulentas de Europa.
Sólo un consumo ininterrumpido permite la producción ilimitada. Durante una
lectura de su poesía en la Librería
de Mujeres de Santa Cruz de Tenerife, Acerina Cruz señaló que la palabra
definitoria sobre la experiencia de la ciudad turística es lo «efímero». Y no
sólo porque las vacaciones impliquen de por sí la provisionalidad, sino porque
la relación del turista con las cosas puede ser disolvente. Quienes permanecen
en la ciudad turística, quienes no renuncian a una relación duradera con las
cosas, resisten gracias a un sentimiento constante de nostalgia, como en los
poemas Botones, Marea o Blue. La
escritura de Acerina Cruz activa las fuerzas de la añoranza que plantan cara al
sueño consumista.
Ahí reside el doble carácter del espacio
turístico: por un lado, el sueño con el paraíso esconde un anhelo humano sincero;
por otro, la imagen mantiene al individuo alejado de una vida plena. Es un
sueño con el paraíso que confina al individuo en una nebulosa de ficción, la
seguridad de no percibir más que a sí mismo y la liquidez del mundo. Los otros
se difuminan. Escribe Cruz: «Los rostros toman la misma imprecisión/ que los
retratos robots de la policía/ en un departamento de objetos perdidos».
El asunto entonces es despertar. Los
poemas de Acerina Cruz acompañan un tramo el sueño de los mitos turísticos,
descubren su belleza hipnótica, viven de ella, pero sólo para interrumpir su
curso. Sus poemas cortan en seco el sueño. Descubren que las relaciones humanas
son en verdad de otro modo. Por eso la insistencia en señalar el vacío y la
tristeza ―así el poema Una habitación con
vistas― de quien vive cotidianamente
entre el sueño del parque temático y la vida cotidiana fuera del espectáculo.
El camino hacia el despertar es la melancolía. La precisión con la que Acerina
Cruz abre en canal el cuerpo del campo turístico está guiada por una nostalgia
«imprescriptible», como evoca en La danza
macabra (versión de un grabado de Hans Holbein el Joven).
Al paraíso efímero de las vacaciones, El cadáver de la sirena contrapone el
paraíso que promete la memoria, hecho con algunos de los materiales que la
industria cultural va dejando atrás en su espiral consumista: la estética pop de los años ochenta, el cine de
serie B como desecho cultural, los formatos obsoletos del VHS y los cassettes,
pero transformados por una mirada humana. La memoria de la infancia recompone
los restos que el consumismo declaró residuales y que hoy sólo son nombrables como
basura. Así sucede en el poema Frecuencias:
«Viejas cassettes vírgenes/ llenas de adhesivos en blanco/ esperando el momento
preciso/ en que alguien baje / por primera vez/ los botones Play y Rec/ para
grabar música de la radio./ Al fondo, antes y después, siempre la lluvia/ y la
nostalgia que no prescribe».
Los residuos salvados por la
nostalgia se convierten en espectros que los poemas superponen a la mitología
vacacional. Normalmente, hay que ocultar los restos para que la publicidad del
paraíso sea perfecta. En cambio, estos poemas no se resignan a olvidar. Por eso
cuestionan el orden simbólico establecido, como se muestra en Suicidas (que apagan la radio) o Romanticismo, sobre la codificación hollywoodiense
del amor.
La escritura de Acerina Cruz rescata
desechos de la industria cultural para transfigurarlos por medio de la palabra
que recuerda. El propio título del libro alude a los restos mortales de un
sueño. ¿En qué transforma la escritora esos restos? La respuesta espera en el
silencio que sigue al poema.