Hace tiempo que sigo la estupenda ocurrencia que han tenido
los poetas Acerina Cruz, Samir Delgado y David Guijosa, titulada Leyendo el
turismo, porque a menudo uno
se cansa del empeño que ponen algunos en encastillar la poesía en el feudo de
su pedantería, rodeándola de foso y caimanes, para que solamente presuntos
excelsos mártires, rodeados de un aura mística, puedan acceder a su limbo de
belleza. Cruz, Delgado y Guijosa han tenido la feliz audacia de hacer una
lectura literaria, con todas sus mayúsculas, de una realidad apabullante (la de
Canarias como laboratorio turístico), que solo muy de vez en cuando había
asomado por la literatura que se escribe en Canarias. De hecho, la memoria, a
bote pronto, solo me dicta un par de nombres que indagaron en poesía en esto
del turismo como tema literario: Alonso Quesada y Agustín Espinosa. Cuando se
piensa en los últimos años de tradición literaria canaria, uno llega a la
conclusión de que nos hemos instalado en la inopia, no solo los escritores,
sino, particularmente, el mundo académico y universitario. Como si no
viviéramos en Canarias, islas transidas por la cortante y compleja realidad
turística, una realidad que determina tanto o más que nuestros tópicos
geográficos más evidentes: mar e insularidad. La actividad turística planea
sobre todo lo que somos y hacemos y ya, ser canario, implica esa convivencia
con el turista, en el más amplio sentido de la palabra. Nuestros próceres
literarios no habían indagado, hasta ahora, en esa peculiaridad que, en pleno
siglo XXI, confabula para que Canarias y su territorio y Canarias y su
población seamos producto de la metamorfosis que ha propiciado el turismo.
Somos diferentes porque estamos hechos de turismo, esto es, mestizajes
variopintos, geografías fragmentadas no solo por la insularidad sino por la más
hambrienta especulación urbanística y hotelera, y mar donde crecen las banderas
de todas las nacionalidades, de todas las lenguas, de todas las patrias. No
existe para el canario el ser extranjero. Ya nos hemos acostumbrado a la
presencia de mil lenguas y costumbres y por eso ya era hora de que desde la
literatura empezáramos a preguntarnos en qué demonios nos hemos convertido. Si
antes sabíamos que los conceptos de insularidad y mar determinaban nuestra
idiosincrasia, ahora habrá que sumar el hecho turístico, para que el poema y la
novela empiecen a indagar en lo que de veras somos. Creo que esa y no otra es
la verdadera última intención de esta propuesta de leer el turismo, acaso el
auténtico espejo donde deberíamos mirarnos si queremos vernos el rostro. Cruz,
Delgado y Guijosa proponen preguntas nuevas, y eso me interesa. Es viento
fresco y happy hour en nuestras letras, y eso me interesa. Aires nuevos para
una poesía que sabe que el turismo más hondo es el que nos lleva hacia dentro.
Víctor Álamo de la Rosa